Siega en Icod El Alto 2009

Los verdes de Tigaiga y azules del mar, un aire limpio, el olor a campo, las casas apiñadas para no molestar al paisaje. Las gentes nobles y sabias acostumbradas al frío y a la lluvia, hechas a la soledad. Caminos de piedra, de tierra, de misterio. Calvarios silenciosos, mudos monumentos que murmuran del ostento de la muerte.

El alisio alisando las nubes, el Teide entre murallas de fuego incoloro. Es verano y la hierba cruje rompiendo el hastío de la estival y seca mañana. Sólo los mirlos ponen ritmo a un tiempo parado en el candente imperio del sol.

¡Mira!, unas manos se alzan con puños enrabietados. Y más, otros enarbolan armas curvas y haces de trigo se retuercen y giran, se tumban gozosos al sol. Hay muchas manos que modelan el aire con brío, osados se enfrentan a la lenta y pasiva mansedumbre que provoca el tiempo de estío.

Atrás, otras manos colocan figuras mudas, inertes, como si la implacable guadaña hubiese puesto fin a una vida de bailes y armónicos destellos.

Se oyen algunas risas y embates de ánimo; es una gran algazara que no parece rendirse ante su enemigo, el calor, y así van batiéndose con furia, armados de coherencia y afiladas hoces, de orgullo y paciencia.

Es Icod El Alto, gente segando, gente labrando su futuro, como los labrantes de todos y cada uno de los humanos siglos.


Icod El Alto, 4 de agosto de 2009

Juan Antonio Jorge Peraza