I Encuentro de Caladoras del Sur de Tenerife (Arico)


Recuerdo de Caladoras

Los últimos rayos de luz se filtraban a través del ventanuco de la cocina como con pena, sintiendo dejarnos, porque seguramente sabrían la falta que nos hacían. De tanto implorarlos, ya eran como compinches. Algunas veces, sobre todo en invierno, nos era difícil ver más allá de media tarde y la impotencia por no poder dar unas puntadas más te dejaba cierta tristeza. Entonces cada una volvía a su casa y lo que podría ser un trabajo pesado, repetitivo, a veces tan fatigado que terminabas por no distinguir los tonos, los colores, las figuras, era también el motivo para estar con las amigas, para reírte, para descubrir los entresijos de los amores que rondaban el pueblo, la costura era el motivo para el rato de encuentro.

Cuando se acercaba la fecha de entregar los trabajos venían los apuros y había que quedar bien, porque aquel montón de trabajo, muchas veces mal pagado, que nos devoraba la vista y la paciencia, era una ayudita para la familia y sabíamos que aquel hombrecillo refunfullón y pícaro que conversaba con su mula como si estuvieran confabulados para darle siempre la razón, traía las perritas desde el norte como una bendición, aunque fuesen pocas, porque significaban el traje para la fiesta, o aquel capricho inalcanzable que teníamos desde que estábamos en la escuela.

A veces, el dinerito de la costura significaba el poco pan que podías poner en la mesa, o la penicilina que aquel año nos prolongó el placer inmenso de tener un abuelo.

No se por qué me empeño en acordarme de lo triste, porque la costura también me trae otros recuerdos bien diferentes, cuando cada hebra, cada figura, cada roseta, era un trocito de alegría para mi corazón. Era otra cosa cuando terminabas el trabajo de la casa y sólo pensabas en ir a casa de Doña Pura para meterte en tu paño. Cada gesto de mis manos era un paso más para llegar a junio y entonces sería bien diferente; en tanto, cada mantel, cada pañuelo significaba un recibo de la loza o un trocito de la máquina Singer con la que soñaba coser blusas, calzoncillos, delantales, las cortinas de mi casa, el hogar de mis hijos. Qué diferente se me hacía todo aquel mundo de hilos, bastidores, retales, cuando el trabajo era para ir haciendo mi dote. Ya no importaba la tacañería del señor que nos traía los trabajos, porque tenía fuerza de sobra; parecía que los hilos volaban entre mis dedos, porque ya mi corazón latía mas deprisa, y los cuadros y tapices que componía con tonos rojos, violetas, azules, marrones, …tenían el brillo de la ilusión.

Cuántos recuerdos. Cuántas tardes de costura. Creo que entre tantos me quedo con los de las tarde de invierno, cuando el sol nos regalaba sus últimos rayos y el ventanuco de la cocina se quería hacer grande, grande, como regalándonos un ratito más de compañía.
Arico, mayo de 2007
Juan Antonio Jorge Peraza