Un espacio sin tiempo: Teno

Todavía los riscos parecen repetir los ecos de una cultura enigmática e idolatrada, el mundo guanche, que penetró en las cuevas, en los volcanes mudos y en los corazones de los canarios que llegaron después. Otros llanos, otros muchos espacios se rompieron y con ellos parece escindirse su presencia; pero en Teno, en el enigmático Teno, la magia aborigen todavía cimbrea como espigas en un verano desdibujado.

Pero no todo es misterio en este paradisiaco lugar. Paradisiaco es hoy, porque las necesidades básicas de sus pobladores están cubiertas con bastante dignidad. El agobio vino antes, la soledad no siempre deseada, la amargura de dolores no compartidos, la realidad de sentirse un espacio ausente dentro de una isla. En Teno el aire puede mostrar heridas de otros tiempos, el paisaje puede hablar de mucha rabia contenida, de cansancio antiguo, de mucha labor incesante de natura horadando natura.

Seguro que cada generación vio un Teno diferente, una renovación de juveniles sueños, una visualización de paraísos cercanos cuando el amor atemperaba naufragios, una irrupción en la quietud de los millones de años de escorrentía, porque el ser humano puede crear o negarse, pararse en la dignidad o ser limpio en la osadía.

Las personas de Teno tienen lo normal de cada etapa de lo humano, la inocencia infantil, la juventud díscola y limpia, la templanza o la resignación, pero tiene algo especial, tiene la fuerza que le contagia el alisio casi constante sobre llanuras altas del Teno llano y alto, de los pastos y los riscos. Vienen aladas de la ilusión que sube desde un abismo hasta las crestas más firmes y afiladas. Tienen el sosiego del valle escanciado en la calmada vertiente, vestigio de palmas y volcanes.

Por toda esa energía que se esconde en cada rincón de Teno es posible encontrar siempre nuevos proyectos, valores que vinculan lo ancestral y lo moderno, lo seguro y lo eficaz, la producción local y el visitante. Solo falta encontrar el cauce facilitador de las sinergias, el diapasón que marque la armonía entre la ley y lo necesario.

Es un gran orgullo, para quien se precia de ser dinamizador del mundo rural en Tenerife, el poder encontrar jóvenes que han marcado una línea en su vida donde compaginar el sustento con la tradición, el sueño con el recuerdo. Y así, la restauración de unos puede ser de calidad, elaborada, creativa y cosmopolita, pero puede sustentarse con los tesoros de la huerta cercana, con el sabor ancestral que hiciera excelso un condimento diminuto. Es un orgullo poder encontrar jóvenes que cada día tocan el espacio que llenaran sus antepasados con el arte del pastoreo: vueltas y vueltas de las cabras sobre ancones y pasos, tocando el cielo a un milímetro del vacío, altivas y díscolas sobre los frontones.

Son jóvenes que viven así y son felices, y también vuelan en internet, y como los jóvenes, pueden ser indecisos o rebeldes, pero nunca faltan a su cotidiano encuentro con su sueño, a su compromiso con una forma de vida simple y diferente.

Este hallazgo podría repetirse en cualquier lugar de la isla, pero quizá en Teno tenga otra relevancia, porque aquí es difícil superar las adversidades, y superarse, es para ellos es una meta y es tangible. Teno está lejos de casi todo lo que suele ser necesario, pero quizá por eso sea una tierra capaz de crear seres especiales, gente abnegada y necesaria, seres de cristal que nos muestran la magia que nos va faltando.

Ecos del magín que dedico a los amigos del Patamero, al joven cabrero Alexander y a Pierre Myrand, un gran museólogo que “se enamoró de la antesala de su paraíso, Teno”.
En Teno, el 13 de julio de 2011
Juan Antonio Jorge Peraza