Homenaje a María Lola, de Icod el Alto

Las piedras estaban. Seguramente estaba el camino, porque nunca se sabe quién hizo el camino. Y estaba la costumbre de subir por él, retornar por él, sufrir por él.

Ya amanecía y había infinitas formas de vivir ese momento prodigioso. Uno a la leche, otro a la risa, otro al parto, un amanecer al encuentro, otro al llanto. Pero el amanecer ya estaba.

Las personas pueden cambiar el sitio de las piedras, pueden dar vida o quitarla, sentir cada rincón de la naturaleza de una manera diferente, pero siempre serán sólo testigos, testigos de una historia que se va haciendo con cada gesto, con cada hendidura del alma, las personas transmiten siempre algo heredado, una forma de mirar lo que otros hicieran, un mimo que se haga a quien nadie puso asunto.

Las personas son un trozo más de ese tobogán de sucesos que es la vida.

Pero no todo el mundo pasa igual por ese tiempo; hay seres como burbujas de aire que pasan por el mundo sin romper nada, como besando cada cosa y sin tocarla. Transmiten lo que heredaron con ilusión, porque piensan que son dones preciados, porque en el fondo de cada cosa siempre hay un poco del alma de quien la tocó.

Esa forma de pasar por la vida nos ha facilitado valorar la ternura, la salud, la familia, la paz de los trigales o el arrullo de los pájaros cuando anuncian cada amanecer que la forma de vivirlo depende de cada uno. De ahí la armonía, de ahí el respeto por nuestra dignidad y por la de los otros.

Para un enorme campo de gente que habremos pasado por su lado, haber compartido con María Lola su cariño, su gesto cotidiano, su respeto a lo que vino desde generaciones atrás, la forma de cuidar el campo, a los hijos, a sus hermanas, a los seres que compartieron de cerca su vuelo suave y tranquilo por el tiempo que le tocó vivir, haberla conocido ha sido un privilegio, perderla es un refuerzo para que aprendamos a valorar lo que tenemos antes de perderlo, poder hablar de ella con ese orgullo con el que siempre se habla de las madres canarias, es una alegría que debemos guardar como un tesoro.

Será un placer recordarla con su cesto a la cabeza rememorando el sacrificio de nuestros antepasados. Quedará siempre en nuestros ojos como una amapola más de las que vino de allende a posarse en nuestros trigos, vistiendo el aire con su alegría, cuidando a sus hijos, pasando la cumbre.

Para María Lola… siempre en el recuerdo de su familia del Paso de la Cumbre.

Tenerife, 22 de marzo de 2009
Juan Antonio Jorge Peraza