Las Fogueras de Vilaflor

Actividad de rescate etnográfico del carboneo realizada en El Salguero, con la colaboración del Cabildo I. de Tenerife y el Ayuntamiento de Vilaflor. Los Maestros carboneros Berto, Lalo, Pedro y Jorge son los verdaderos protagonistas de un homenaje a los cientos de personas que realizaron hace años esta labor para poder sobrevivir. Un cerco de piedras da base a un pináculo de leña cubierta en una simetría perfecta por sucesivas “camadas” de hierba verde, pinocha y tierra, por cuya cúspide brota el humo de un fuego en este caso controlado, como si fuese una prolongación de las entrañas de nuestra tierra, viva y en continua ebullición de fumarolas. En la vigilia de las Fogueras disfrutamos de un taller de cocina con Juan Carlos Glez., Rayco Chinea, y el apoyo de Toña; una sesión de cuentacuentos con Enrique Savoie y visualización astronómica con Juan Vicente Ledesma; una ruta nocturna y la visita al Pino Enano.



Las Fogueras

Las fogueras escondían la lumbre, pero la verdadera lumbre era la que estaba en nuestros corazones, y esa no era tan fácil de achantar. Los guardas nos vigilaban, como si fuésemos prófugos, pero ¡de eso nada!, si hacíamos fogueras era para llevar “el fisco pan pa’ la casa”.

Algunas veces teníamos suerte y encontrábamos algunos tronquitos buenos, pero el monte no estaba como ahora, que sobra leña y “pinillo” por todos lados. A veces había algún rincón difícil de llegar o igual el viento había tumbado algún leñito y podías hacer alguna carbonerita. El miedo se confundía muchas veces con el frío y casi siempre con el hambre, pero la ilusión de llevar esa carguita era mayor, era la fuerza que el cariño te da y hace que un hombre sea grande y fuerte, porque el cariño por los hijos es más fuerte que el mosquetón del guarda. Qué tristeza cuando te pillaban y hacían entregar la albarda y los sogos en la casa forestal, como para humillarte. No era vergüenza, era rabia, porque aquello era como quitarle el pan de la boca a tus chiquillos.

Cuando pasabas cerca de las tierras del amo ahí sí te entraba la rabia al ver esas grandes fogueras pariendo carbón que daba temor, pero parece que las que yo hacía eran más libres; el humito volaba como jiribilla, parecía irse rápido para ayudarme, para no delatarme. Cuántas carreras por la Pasada el Santo, cruzando La Puente, bajando Las Corujas. A veces pasabas días y días, con sus noches, juntando cuatro leñitos que luego se quedaban en nada; menos mal que de vez en cuando te tropezabas con algunos carboneros de un lado y otro y parece que la cosa cambiaba, o cuando te pasaba esa gente del norte vendiendo cochinos y siempre un ratito de conversa era de agradecer.

Qué tiempos, cuando los pobres nos echábamos al monte a sacar algún fisquito de carbón a escondidas, qué grandes seres aquellos burritos, esas mulas, esa gente sí merece algún monumento, porque ayudaron a dar de comer a muchos de los que ahora parecen ricos, seguramente lo parecen porque no valoran de donde vienen; ya se olvidaron de la necesidad.

Si había suerte podías camuflarte por algún camino más largo o más peligroso y aprovechabas el viaje, muchas veces escondido en el oscuro; entonces…qué delicia poder llegar al pueblo con la carga de carbón y convertir la angustia en algo para la casa, quizá el guisito papas que cambiabas con Señó Argeo o el puñito de gofio que no te llegaba ni a las encías, pero que era como un tesoro bien preciado.

Las fogueras son como el corazón del volcán, con esa luz encarnada que de vez en cuando aparece entre la hierba verde y las piedras; parece que si la miras pudieras traspasar el suelo y llegar a las entrañas de la isla.

En Vilaflor, Mayo de 2008
Juan Antonio Jorge Peraza
Las Fogueras de Vilaflor