Homenaje a los Venteros de Teno Alto. Jornadas del Colectivo "El Cardón" (Albergue de Bolico)

Los Venteros de Teno Alto




La Palma era un camello que iba siempre a gatas, medio escondido en el mar. Era el último en saludar a los que se nos fueron a Caracas, antes a Cuba. Antes, …a saber si ya estaba. Por allí, al final de Taburco, era el último mirador para acercarnos a saludar a los que emigraron, para llorar su partida, para soñar con su regreso. Yo recuerdo a los indianos que venían de allá, siempre muy guapos, vestidos como caballeros.

Teno era el último sitio para estar más cerca; en los acantilados ya era cuestión de volar, asirse de una gaviota, dejar al magín que enloqueciera, y pensar que volando llegaríamos a América.

Si recuerdo lo que viví de pequeña, sin quererlo no puedo dejar de llorar. No por tristeza, ¡no!, porque yo fui feliz, egoístamente feliz, pues sobraban en mi hogar el cariño, y en mi pueblo la vecindad. De mi infancia puedo decir que tuve un castillo, mágico y verde, me parecía inmenso, no tenía límites, con sus murallas de piedra y brezo, inexpugnable torre en la que, algún día, un valeroso príncipe me habría de encontrar.

Así eran los sueños que compartía con la bruma, al lado del fogal o cuando hablaba con el mar, ese cómplice fiel y cercano al que las muchachas de Teno confiamos nuestra soledad.

Los chiquillos corríamos al Alto El Risco cuando alguno decía “¡Ya viene Joseíto!”. Y el corazón quería salirse, a ellos porque sabían que ese correo real era para nosotros; para mí, porque además ese correo era mi padre: siempre recuerdo que su llegada era como besar la gloria. Era un héroe para mi sola, cargado de cajas, cestos, sacos. Yo creo que la ilusión de ver lo que escondía cada paquete era como un eterno día de Reyes, aunque al final el género fuera para venderlo en la venta, pero la inquietud por ver qué escondía cada saco, cada carta, era un anhelo que sólo a mis hermanos y a mí la suerte nos brindaba.

Perdida irremediablemente la infancia, ese tiempo que la humanidad te roba con desgarro, se hacían más cotidianos los viajes a la antes lejana Buenavista, y no digo nada de Icod; ya eso era para personas mayores como yo, con tantas tiendas, y la gente paseando por la calle. Ya podía comparar lo de fuera con lo que había en mi pueblo, lo que había buscado siempre: la luz a todo tiempo, el no tener que ir a todos sitios caminando, no tener que esperar a que Padre nos trajese a lomos del burro la ropa de la fiesta o los libros con dibujos, aquellos zapatos de charol que tanto lucieron un año en la plaza, ¡qué tristeza cuando los dedos crecieron y mis pies dejaron de lucirse con tan lujosa indumentaria!

Y con la comodidad, ya el tiempo se aceleró, y vinieron avatares, idas y vueltas, alegrías y muchas cosas más. Ya Teno habría quedado como en la nube que siempre parecía residir en él, las tardes largas y frías, viendo caer la lluvia, viendo los ríos de agua junto a la ventana del salón donde mis padres organizaban los bailes. La alegría de aquel tiempo parece que todavía retumba en las paredes de ese cuartito ahora pequeño pero inmenso entonces, una sala donde miles, infinitas miradas se buscaron con ilusión, la de bailar y bailar, la de escaparse bailando, enajenándose del lugar al ritmo de las jotas y los pasodobles.

Hoy, que ya los tiempos casi nos dejan atrás porque vuelan muy deprisa, cuando ya parece que no tenemos necesidad de refugiarnos en las cuevas de la Atalaya para saborear el olor a tierra mojada mientras escampa la lluvia; cuando no es costumbre encontrarse con otras personas en las tardes frías para escuchar a los abuelos; cuando poco miramos al horizonte del mar y La Palma tiene precio y unas vacaciones que siempre nos saben a poco para acercarnos a verla, y ya no nos parece ese camello parsimonioso que siempre saludaba a nuestros paisanos cuando se iban a Caracas, ya nada es real. Lo cotidiano es lo que me toca, lo que me importa, porque tiene fecha y hora, tiene motivos y además es imposible dejarlo a un lado, pero quizá lo verdadero sea otra cosa. Lo verdadero era la solidaridad de un pueblo hecho al trabajo, aquello de lo que me hablaba mi padre de cuando una vez su padre se enfermo y los vecinos se juntaron para recoger su cosecha; nunca se había visto tanta gente en una trilla, gente del Palmar, de Las Portelas, hubo que ir a buscar mas vino, a la cabeza, desde el Valle Santiago, porque aquello era gente, eran personas de verdad.

Haber vivido en ese entorno es de lo más grande que me ha podido pasar, haber visto la función tan especial que mi familia tuvo en el lugar, acarretillando queso, medicinas, ilusión, cartas, siendo miles de veces el poco agasajo que pueden brindar al visitante los días de frío, cuando las puertas se cierran para que la lumbre inunde la casa. Siempre había una puerta abierta a todo el mundo, la de la venta, y al final esa actitud es lo que me llevo de Teno, la que me enseñaron Joseíto y Efidencia, mis padres, Cipriana, Mª Rosa y Diego, mis hermanos, es tan real como mi corazón y esa forma de ser que, después de muchas vueltas, te das cuenta de que quizá sea lo único verdadero.

En Bolico, Verano de 2008

Juan Antonio Jorge Peraza

Venteros de Teno Alto (Bolico)