XIV Ruta de Santiago

Los caminos de Santiago

Cuando alguien me dijo que hablara sobre el Camino de Santiago algo me decía que habían muchos caminos, y no sólo porque a lo largo de la Península Ibérica y de buena parte de Europa ya se despliegan numerosas vías y caminos que llevan a Compostela, donde el Apóstol Santiago dejó para siempre la capital de su apostolado. Quizá sea una de las premisas que marcan la peregrinación a Santiago, como la de que “Todo el mundo debe recibir con caridad y respeto a los peregrinos, ricos o pobres, pobres o ricos tienen derecho a la hospitalidad y a una acogida respetuosa”, la que me indicó que el Camino no es sólo un espacio donde ejercitarse, donde moler los músculos durante muchas horas, donde abstraerse en el tiempo para volar hasta las sombras de la Edad Media.

No es sólo un camino para sentirse parte del paisaje. Los innumerables pasajes del Camino de Santiago no son sólo las Landas bordelesas, las tierras de Gascuña o los paradisíacos rincones de Roncesvalles, son los numerosos ríos y barrancos que se cruzan como si cambiásemos de dimensión, los cauces angostos o suaves, de granito o de basalto, y se mezclan Pisuerga y Tágara, Ortiz y Carrión, Turbia; al final es la misma agua que modela la sed, los campos, los montes, los estuarios…

Con la conciencia clara de que éste no era el único camino, me alegró saber que discurría desde Los Realejos por el mayor espacio protegido de Canarias, y que en él podría encontrar los bosques de pinos mejor conservados de Tenerife, además de buenas muestras de fayal-brezal, laurisilva y de comunidades colonizadoras de coladas y cráteres volcánicos recientes. Me resulta mágico saber que bajo mis pies se cruzan tubos volcánicos que llegan hasta el mar, como serpientes oscuras que zigzaguean bajo la tierra, que afloran por jameos y acantilados para dejar entrever las entrañas del volcán. En ellos viven, como abades de monasterios acicalados de azufre, adornados de estalactitas cual oníricas ménsulas, los murciélagos orejudos, a cuyas órdenes millones de minúsculos invertebrados oradan los lechos vacíos de estos ríos de oscuridad.

De este otro camino de Santiago me llevo el vuelo ágil y los colores del Pinzón Azul, el martilleo familiar del Picapinos. Qué recuerdos de infancia los domingos de gira al monte, cuando nos sacaban del barrio para perseguir aquel sonido que se perdía entre los pinos, volando sobre la pinocha, mientras hacíamos ancestral el olor a monte, a tierra seca, ¡a tortilla española!

Qué pena que no lo haga más a menudo y sólo cuando te paras ante un encuentro como éste me doy cuenta del hermoso país en el que he vivido, un paraíso insular diverso y espléndido, donde las puestas de sol siempre son diferentes y en la soledad del camino y la luz amarilla de la tarde es un lujo ver la huida de palomas que sólo viven aquí, como tantos endemismos que nos hacen diferentes. Encontrarlos es como vivir en una continua aventura.

Este camino es tan singular como los otros porque deja ver la fe, el amor, la constancia; siento los cabuqueros luchando por hacer brotar el agua en las muchas galerías que acompañan al camino; veo la mansedumbre de nuestro tesoro más valorado discurriendo lentamente en canales llanos, pacientes observadores del paisaje, refugio para la sed de conejos, cernícalos, reyezuelos…

Es tan singular este camino porque por en él han sido peregrinos los pinocheros, los recolectores de brea, los marchantes de ganado. También ellos son parte de este camino, ellos y un carácter perseverante, respetuoso con la naturaleza que les ha acogido a lo largo de los siglos, que les ha dado cobijo y sustento, paz y energía para modelar sus vidas.

Ya sabía yo que habían más caminos de Santiago; la fe de quienes los recorrieron lo hacen evidente. Es un camino que no tiene adornos, ni flora ni formas, ni origen ni distancia. No se une en la Puerta de Reina a los que llegan a Compostela desde los confines del Medioevo.

Es el que recorro cada día en el quehacer cotidiano, el que me acerca o aleja de la coherencia y me hace grande o pequeño según asuma o no la soberbia.

Los motivos para hacer mi propio Camino de Santiago pueden ser la fe, la necesidad, el amor a la tierra, el encuentro con otros seres en un itinerario maravilloso, o puede ser simplemente el sentirme vivo, privilegiado con la suerte de existir, la construcción de un día a día en armonía con lo que me rodea.

Como colofón a esta reflexión que me evoca el Camino de Santiago, me quedaré con la definición que hiciera con acierto la Asociación de Amigos de Santiago de Madrid sobre lo que significa Hacer el Camino:

“Si hay algo cierto en esto, es que Lugareños y Peregrinos tenemos la fortuna de poder modelar algo que no está en los libros, pero acaso sí en nuestro destino.”

Santiago del Teide, 19 de julio de 2009
Juan Antonio Jorge Peraza