Algo está pasando

Algo está pasando. Algo pasa y tengo la sensación de estar un poco ausente. Discurren muchos pasos alrededor, unos con sigilo y otros con mucho atruendo, y yo ausente. Tengo la sensación de que somos mayoría los ausentes en esta situación. No sé en qué estamos entretenidos. Antes era en el lujo, en la consecución de una ilusión nunca satisfecha, porque todo es poco cuando no se valora. Poco es mucho cuando es imposible tener más. Antes no sabíamos que media humanidad se moría de hambre y ahora recuperamos el instinto de protección que habíamos atrofiado en el despiste de un mundo multicolor, pletórico y opulento. Ahora volvemos de aquella falacia y nos damos cuenta de que faltan tributos para ofrecerles a nuestros hijos e hijas. Pero ahora, cuando ya más de media humanidad sigue muriendo de hambre, creo que algunos nos estamos dando cuenta de lo que se siente, del dolor infinito que produce el desconsuelo de no poder satisfacer a quienes dependen de ti.

Aún así sigo perdido. Sigo viendo una humanidad que gira sin rumbo; llego a dudar sobre lo que debiera ser normal y sobre la realidad de las cosas que pasan. Ya cualquier espacio en el planeta es cerca, de cualquier causa debiéramos ser corresponsables, pero casi siempre están tan lejos como los tres metros que intento inculcar a mis hijos que se deben respetar para ver la televisión. No llega el olor a carne quemada, no llega el aliento de los niños emitiendo llantos lastimeros. Qué fácil me resulta enajenarme.

Yo me pierdo en el día a día, me fajo en mi lucha por el desarrollo de una Isla, porque creo que es un privilegio poder hacerlo y al final sigo viendo cosas que no entiendo, no concibo que sigamos yendo por libre en vez de unirnos, no entiendo la soberbia de muchas personas que creen ser los ombligos y centros neurálgicos del mundo.

¿De qué mundo? Si esto es tan pequeño, si es un fisco, un pizco, una migaja. El mundo grande de verdad continúa en otras orillas, donde viven las personas que se mueren de dolor por no satisfacer las necesidades de verdad importantes de sus hijos, el hambre y la sed, donde hay pueblos que se desangran por buscar su libertad.

Yo no sé si el nuestro sería capaz de hacer eso, nuestro pueblo, el que llamamos Occidente. La vanguardia de la humanidad ¿sería capaz de luchar contra la opulencia sólo con sus principios? No sé si nuestro mundo entiende eso de principios colectivos. Si entendiera eso, porque somos el mundo casi perfecto, el de las democracias y los fondos de ayuda que tapan la vergüenza y mantienen los votos de confianza ¿por qué no ayudamos a otros pueblos que ya están demostrando principios verdaderos?

El principal tesoro de un colectivo puede ser la libertad, y por ella luchan pueblos tan puros y valientes como el saharaui o el palestino, y ahí están, sufriendo un proceso de limpieza étnica limpio, duro, evidente y lejano… qué lujo tener una sala que nos distancie por lo menos tres metros del televisor.

Todo esto está pasando y yo ausente. Pienso que uno más o menos en las manifestaciones de apoyo no es relevante, en ese caso me siento sólo un número, el uno entre cientos no se nota. Sólo se nota cuando “mi” uno, yo mismo, pueda manipular a cuantos tenga alrededor.

Creo que lo que yo hago en el frenético día a día ya es suficiente para justificar mi corresponsabilidad en los asuntos de mis coetáneos habitantes de la Tierra. Como dicen las premisas del desarrollo local, yo pienso en lo global y actúo en lo cercano, lo que no sé es dónde acaba lo cercano, si ya en este globo azul y más ocre que verde todo es cercano.

Algo me dice que entre la gente que tengo más cerca, quienes realmente están siendo coherentes con lo que está pasando son muchos activistas que saben que el uno más uno, y sobre todo la dignidad de la individualidad, ya es multitud. También me demuestran esa coherencia otros seres que viven mucho dolor y luchan por la vida, por lo único esencial, y ahí veo personas grandiosas, gente muy cercana a mí, que se baten con la enfermedad y siguen luchando: Eulalia, con la fuerza de las “madres canarias”, una flor tenera que aún crece con fuerza sobre todo entre lo más doloroso de la enfermedad, la soledad; veo a Mayte, una amazona radiante que cabalga sobre la vida mostrándonos la elegancia de la cordura, la ternura o la lucidez; veo a Goretti, que ya se fue y nos dejó un inmenso legado de lucha y dignidad, de amor hacia los demás, aquellos que ahora lloran no sólo por lo que tuvieron, sino por lo que faltaba por compartir. Me he permitido hablar de seres muy cercanos a mi, pero son un reflejo de miles de vivencias igual de cercanas que tenemos alrededor; son en este caso, y como diría mi amiga Aida, esas mujeres cercanas, diferentes, simples y son derroche de luz para este tiempo siniestro que vivimos.

Suelo compartir con mis amigos y amigas, gente especial, buena gente, actividades apegadas a la historia, a tiempos difíciles y a gente luchadora, a espacios muchas veces desconocidos y sorprendentes, a momentos entrañables y a encuentros idóneos para fomentar la amistad y la buena convivencia. Hoy, quizá amparándome en esas buenas sensaciones de otras ocasiones, he querido mostrar con esta epístola, como diría el amigo José Carlos, el desasosiego que me ofrece esto que está pasando, no ya las guerras, las enfermedades o la situación económica y sus consecuencias, sino nuestra actitud, nuestra pasividad, la falta de unidad en estos momentos difíciles, la falta de coherencia ante injusticias que se supone que nosotros no tendremos nunca porque estamos en una etapa de civilización avanzada (que me voy a creer yo eso).

Amigas, amigos Juveniles, gracias por partir de que, si están ahí al otro lado de mi pensamiento, es porque para mí son buena gente, y desde de esa base, sólo nos queda seguir compartiendo la misma militancia por la vida.

Un fuerte abrazo. Juan Antonio, desde Taucho, en el mes de noviembre de 2010