En la piel del territorio oriental, donde la isla tiende su mano de mar hacia el continente, Tenerife tiene en su suerte el milagro de un macizo enigmático, verde: Anaga.
Anaga es un espíritu que voló con fuerza indomable, volteando riscos, escudriñando cortinas de agua en la laurisilva, oteando el mar, siempre esperando, siempre anhelando no perder la libertad.
De Portugal, vascos, majoreros, de la Italia, historias de naufragios, arribadas cálidas, idas y venidas de la América en el alma. Así es Anaga, patio con helechas, caricia de brisa en la ventana, alguien que te mira y sientes un abrazo antiguo, la complicidad de lazos guanches.
Si el océano dijese alguna vez de lo que fuese testigo. Si las cuevas perdieran su mordaza de oscuro silencio. Si los riscos se pronunciasen, nos hablarían de esplendor, de la fuerza que se presiente sobre los perfiles, pasos y evocaciones de Anaga.