Los siglos que llegan a Taucho a través de Mamía dicen que “Taucho es la madre de los pobres”, seguramente no haya una expresión que refleje de mejor manera la generosidad de un pueblo. Ese designio marca la luz de muchas generaciones, unas que vinieron de fuera y otras que han ido creciendo, renovándose en sí mismas, hasta envolverse en el mismo espíritu de universalidad que aquí reina y en el que todo el mundo es igual; al fin y al cabo, uno es de donde tiene los amigos.
Llegado pobre o no, luego Taucho te hace crecer -¡no en riquezas, o en dinero!-, te ayuda a crecer por dentro. Quizá sea el contagio de la naturaleza que se expande con holgura, quizá el aire que es nítido y limpio, quizá es la energía que fluye desde la nobleza del sustrato aborigen, cuando poblasen los orígenes de este espacio maravilloso, quizá sean los incontables rayos de luz que llenan un arco solar amplio e infinito.
Dinteles de graneros, de bodegas recoletas, de puertas sigilosas, dinteles a la gloria, hermosos dinteles surcan las casas y patios taucheros. Retazos árabes llegaron hasta nuestros tejados y tajeas, acompañaron a un patrimonio sobrio, elegante, austero, como el legado de un espíritu que se ha ido fraguando con los años, marcado por el trabajo bien hecho, por la solidaridad, por el encuentro con lo natural, con la piedra, con la tea, con el agua. Taucho es aborigen, es gallego, andaluz, portugués, y ha llegado casi intacto para albergar tiempos futuros, para ser disfrutado por ojos sosegados o inquietos, para dar cobijo a seres diferentes o simples, pero a todos siempre envolverá al final con su paz, con su magia inexplicable. Puede ser la luz del horizonte que nos deja unos atardeceres grandiosos y diferentes cada día, donde el océano se funde y es la continuidad de nuestro espacio... Lo cierto es que la paz de Taucho es especial.
La gran herida de la humanidad es creerse el centro del mundo, pensar que todo debe girar en torno a nosotros, decidir que todo se ha de hacer como uno dice, que todo se ha de discernir como uno piensa. Físicamente Taucho es el centro de una vecindad amable, sencilla, cercana y así la gente vieja siempre dice: Tijoco, Ifonche, Los Menores, La Quinta, Taucho, “todos somos uno”. Taucho no es el centro, no sirve ser el centro geográfico, pero es un pueblo centrado en sus convicciones. Quizá por eso siempre se ha caracterizado por su amabilidad, puede que ese sea el centro necesario.
Los que hemos tenido la suerte de haber conocido una gente maravillosa en estas tierras, las que unieron un tiempo de dureza, de muchos trabajos, idas y venidas a ultramar, y épocas a su vez repletas de ternura y generosidad, con nuestros actuales tiempos, nos transmitieron lo dulce de no sentirse nunca extraño, el placer de encontrar las puertas siempre abiertas, lo entrañable de las tertulias en la acera iluminada de tarde, la alegría en las vendimias, el encuentro en las fiestas.
Los hijos del pueblo, que siempre vuelven en junio, nunca se han ido del todo; los que alguna vez cruzaron el dintel de lo que se puede tocar y avistaron otros mundos, dejaron aquí su paz, su luz para guiarnos.
Al margen de un patrimonio exquisito como el de Taucho, los pueblos son las personas, los espacios están modelados siempre por las personas. Los pueblos singulares son aquellos cuyas gentes son seres armoniosos con la naturaleza, los que dejan ver la dignidad y la coherencia en el carácter colectivo que les define.
Así es Taucho, algunas personas coincidirán en describirlo como yo lo he hecho, otras no, pero quienes se sienten parte de este rincón, o lo visitan, aunque sea de forma fugaz, siempre encuentran esa energía inexplicable que te enamora. Eso es lo importante.
Como diría Padre Diego: es como la amistad, una electricidad.
En Taucho, noviembre de 2010
Juan Antonio Jorge Peraza
Llegado pobre o no, luego Taucho te hace crecer -¡no en riquezas, o en dinero!-, te ayuda a crecer por dentro. Quizá sea el contagio de la naturaleza que se expande con holgura, quizá el aire que es nítido y limpio, quizá es la energía que fluye desde la nobleza del sustrato aborigen, cuando poblasen los orígenes de este espacio maravilloso, quizá sean los incontables rayos de luz que llenan un arco solar amplio e infinito.
Dinteles de graneros, de bodegas recoletas, de puertas sigilosas, dinteles a la gloria, hermosos dinteles surcan las casas y patios taucheros. Retazos árabes llegaron hasta nuestros tejados y tajeas, acompañaron a un patrimonio sobrio, elegante, austero, como el legado de un espíritu que se ha ido fraguando con los años, marcado por el trabajo bien hecho, por la solidaridad, por el encuentro con lo natural, con la piedra, con la tea, con el agua. Taucho es aborigen, es gallego, andaluz, portugués, y ha llegado casi intacto para albergar tiempos futuros, para ser disfrutado por ojos sosegados o inquietos, para dar cobijo a seres diferentes o simples, pero a todos siempre envolverá al final con su paz, con su magia inexplicable. Puede ser la luz del horizonte que nos deja unos atardeceres grandiosos y diferentes cada día, donde el océano se funde y es la continuidad de nuestro espacio... Lo cierto es que la paz de Taucho es especial.
La gran herida de la humanidad es creerse el centro del mundo, pensar que todo debe girar en torno a nosotros, decidir que todo se ha de hacer como uno dice, que todo se ha de discernir como uno piensa. Físicamente Taucho es el centro de una vecindad amable, sencilla, cercana y así la gente vieja siempre dice: Tijoco, Ifonche, Los Menores, La Quinta, Taucho, “todos somos uno”. Taucho no es el centro, no sirve ser el centro geográfico, pero es un pueblo centrado en sus convicciones. Quizá por eso siempre se ha caracterizado por su amabilidad, puede que ese sea el centro necesario.
Los que hemos tenido la suerte de haber conocido una gente maravillosa en estas tierras, las que unieron un tiempo de dureza, de muchos trabajos, idas y venidas a ultramar, y épocas a su vez repletas de ternura y generosidad, con nuestros actuales tiempos, nos transmitieron lo dulce de no sentirse nunca extraño, el placer de encontrar las puertas siempre abiertas, lo entrañable de las tertulias en la acera iluminada de tarde, la alegría en las vendimias, el encuentro en las fiestas.
Los hijos del pueblo, que siempre vuelven en junio, nunca se han ido del todo; los que alguna vez cruzaron el dintel de lo que se puede tocar y avistaron otros mundos, dejaron aquí su paz, su luz para guiarnos.
Al margen de un patrimonio exquisito como el de Taucho, los pueblos son las personas, los espacios están modelados siempre por las personas. Los pueblos singulares son aquellos cuyas gentes son seres armoniosos con la naturaleza, los que dejan ver la dignidad y la coherencia en el carácter colectivo que les define.
Así es Taucho, algunas personas coincidirán en describirlo como yo lo he hecho, otras no, pero quienes se sienten parte de este rincón, o lo visitan, aunque sea de forma fugaz, siempre encuentran esa energía inexplicable que te enamora. Eso es lo importante.
Como diría Padre Diego: es como la amistad, una electricidad.
En Taucho, noviembre de 2010
Juan Antonio Jorge Peraza