Sr. Presidente del Cabildo Insular de Tenerife, Autoridades presentes, amigas y amigos:
Cuando Tenerife Rural y el Cabildo de Tenerife me dieron a conocer el tremendo honor de poseer este galardón, sólo cabía pensar en lo que significa el premio en sí mismo, en lo que representa, nunca en mi humilde persona. Otro compromiso era hablar en nombre de las otras personas galardonadas. Se puede hablar de alguien haciendo un relato de su biografía, esgrimiendo un listado de acciones, de anécdotas, de virtudes. Pero ese trabajo ya lo hace la Fundación Tenerife Rural, valorando desde el primer momento la voluntad de las instituciones de Tenerife que han creído en este premio y que cada año reconocen a quienes trabajan día a día por nuestra identidad. Desde aquí, y en nombre de todas las personas galardonadas, Don Nicasio, Doña Clarita, Doña Carmen Rosa, Don José Felipe y en el mío propio, damos las gracias a las instituciones que nos han propuesto para recibir este hermoso reconocimiento: la Red Canaria de Semillas, el Ayuntamiento de Vilaflor de Chasna, el Ayuntamiento de Arona, la Ruta del Vino de Tacoronte–Acentejo, y el Ayuntamiento de Santiago del Teide. Por supuesto, nuestro agradecimiento a la Fundación Tenerife Rural, que desde hace algunos años se viene manifestando como una entidad trabajadora y acérrima defensora del medio rural tinerfeño, y al Cabildo de Tenerife, principal valedor de nuestra singularidad como Isla, una institución siempre cercana a cualquier iniciativa que ayude a cohesionar nuestros medios rural y urbano, esa fusión necesaria que marca nuestro carácter tradicional y cosmopolita.
Un agradecimiento que puede ser más bien una disculpa, es a aquellos seres que comparten nuestra dedicación a la comunidad con las muchas horas de espera, con la incertidumbre de nuestro osado idealismo. Gracias a todas nuestras familias, a las amistades que hoy nos acompañan, a las que no han podido venir, a las que, desde donde estén, nos regalan el grandioso sentimiento de su cariño.
Pero el gran compromiso no era siquiera con ellas. Es con las personas a las que representamos, las que nos hicieron como somos, las que comparten el día a día de todo nuestro trabajo. El gran compromiso es con las que han de venir, para agarrarse a todos los rasgos que nos definen y así crecer por dentro, como personas y como parte de una sociedad, respetuosa con sus orígenes, abierta y progresista.
Si tuviese que hablar de las personas que hoy también reciben este premio, me quedaría con lo que han vivido las manos de Doña Clarita, infinitos siglos de calma, hatillos y hatillos de tardes entre el pique y el arte, una parte femenina y radiante del secreto de la misteriosa Chasna.
Me quedaría con los juegos de infancia de Felipe, donde se mezclan aromas de vendimia, el espíritu inquebrantable de su recordado padre y con ruidos de duelas, el achique de piernas erguidas con constancia y marcialidad sobre el mosto bullicioso.
La vida más simple, la que no tiene valor en cantidad ni en precio, es un tesoro en el corazón de los pueblos, la vida que se hace verde, y ocre, y aire, historia y cultura. La simiente diversa que nos enlaza con otros pueblos y otros espacios, es la que Don Nicasio ha guardado como lo hicieron sus antepasados, una semilla firme y ancestral, como los más nobles valores.
La frase de indiscutible verdad que define a un pueblo sin historia como a un pueblo sin futuro, tiene sus paladines de tinta y celulosa, que roban luz a sus ojos, tiempo a sus seres queridos y cercanos, para ahondar en los entresijos de la historia, para vestir a las gentes con las mismas hilaturas, con el mismo orgullo de quienes compartieron caminos y tiempos. Carmen Rosa es un ser de los que viven sus días haciendo esa labor tan encomiable, haciendo más cercana y conocida la banda sur de Tenerife.
Al final, el privilegio que me han dado de hablar en nombre de las personas galardonadas hoy, lo he utilizado para nombrarlas, porque ese es mi homenaje, a ellas y a las que me han dado el derecho a estar aquí. Las cientos de personas que desde hace bastantes años me acompañan en esta tarea de revivir las tradiciones, aquellas con las que yo pongo fecha y ellas todo lo demás: su cariño, su entusiasmo, su tiempo, en definitiva, su corazón.
Si aprovechase esta privilegiada tribuna para agradecer a todas esas personas y nombrarlas, ni terminaría nunca, ni podría pasar de la primera, porque no sería capaz de sentir tanto amor de golpe, como diría el maravilloso poeta Pablo Neruda.
Por todo esto, y porque esta intervención es sólo para dar las gracias a quienes nos han acompañado en nuestras cinco vidas, yo me voy a permitir el hacerlo en forma de homenaje a esta isla, a este paraíso pequeñito, agradecido y diverso. Al fin y al cabo, todas las personas que de alguna manera están cercanas a lo que este acto representa, ya se sienten libres, comprometidas y conscientes del placer de ser parte de este entrañable corazón atlántico.
Este texto que leo a continuación lo escribí cuando el Cabildo decidió que las tradiciones y la cultura popular de esta isla tuvieran marco y espacio propio en nuestra oferta turística, contando para ello con mi humilde aportación y la de toda la gente que ha luchado durante generaciones por conservarlas. Va por ellas.
“Volver a la isla será convencernos de que seguimos siendo protagonistas del ciclo de la vida, y así seremos laurisilva, cardón y era, seremos folías y arrullo de mar. Ese mar, que no deja de unirnos, ese mar que nos hace escanciarnos en la infinitud del horizonte, como si quisiéramos volar detrás del sol, en esos atardeceres irrepetibles de una isla mágica. La Isla es un reloj de atardeceres, donde cada día es un nuevo vértice, una luz diferente.
Volver a la isla es compartir una paz que se palpa en el aire, es abrir una cortina para dejar que los sentidos se inmiscuyan en el canto de los pájaros, en el azufre, en el eco de los barrancos. Es subirse al alisio y compartir un vuelo desde los picos hasta las espumas de la mar. Es enredarse en los visillos de la bruma que nos lleva al Terciario con sus cortinas de agua.
En Tenerife, volver a la isla es tejer recuerdos de barcos cubiertos de brea, prometiéndose afanes de conquista en la ultramar de los tesoros incas y aztecas. Es recorrer callejones con destellos de historia y ver los campos de cochinilla con las mujeres iniciando el ciclo del arte. Las mujeres canarias, eternas hacedoras de una historia oculta, hermosa, habilidosa. Las veo en los lavaderos y en los telares, en los senderos acarreando tiznes negros de palos que dejaron la vida material para hacerse nobles en hachones y fogales.
Volver a la isla es sentir el baladero del ganado y el sigilo de los acantilados, imbricados como las fuentes, los molinos, o la oquedad pertérrita de los barrancos.
Para volver a la isla retomaremos la sencillez de gentes que vivieron tributos de sangre, que sostuvieron imperios allende los océanos y continentes, gentes que llevaron su olor a madre donde fueron, y lo mezclaremos con el olor del brezo, el arrorró de las olas, la universalidad de un carácter hecho a la fuerza del volcán.
Cuando Tenerife Rural y el Cabildo de Tenerife me dieron a conocer el tremendo honor de poseer este galardón, sólo cabía pensar en lo que significa el premio en sí mismo, en lo que representa, nunca en mi humilde persona. Otro compromiso era hablar en nombre de las otras personas galardonadas. Se puede hablar de alguien haciendo un relato de su biografía, esgrimiendo un listado de acciones, de anécdotas, de virtudes. Pero ese trabajo ya lo hace la Fundación Tenerife Rural, valorando desde el primer momento la voluntad de las instituciones de Tenerife que han creído en este premio y que cada año reconocen a quienes trabajan día a día por nuestra identidad. Desde aquí, y en nombre de todas las personas galardonadas, Don Nicasio, Doña Clarita, Doña Carmen Rosa, Don José Felipe y en el mío propio, damos las gracias a las instituciones que nos han propuesto para recibir este hermoso reconocimiento: la Red Canaria de Semillas, el Ayuntamiento de Vilaflor de Chasna, el Ayuntamiento de Arona, la Ruta del Vino de Tacoronte–Acentejo, y el Ayuntamiento de Santiago del Teide. Por supuesto, nuestro agradecimiento a la Fundación Tenerife Rural, que desde hace algunos años se viene manifestando como una entidad trabajadora y acérrima defensora del medio rural tinerfeño, y al Cabildo de Tenerife, principal valedor de nuestra singularidad como Isla, una institución siempre cercana a cualquier iniciativa que ayude a cohesionar nuestros medios rural y urbano, esa fusión necesaria que marca nuestro carácter tradicional y cosmopolita.
Un agradecimiento que puede ser más bien una disculpa, es a aquellos seres que comparten nuestra dedicación a la comunidad con las muchas horas de espera, con la incertidumbre de nuestro osado idealismo. Gracias a todas nuestras familias, a las amistades que hoy nos acompañan, a las que no han podido venir, a las que, desde donde estén, nos regalan el grandioso sentimiento de su cariño.
Pero el gran compromiso no era siquiera con ellas. Es con las personas a las que representamos, las que nos hicieron como somos, las que comparten el día a día de todo nuestro trabajo. El gran compromiso es con las que han de venir, para agarrarse a todos los rasgos que nos definen y así crecer por dentro, como personas y como parte de una sociedad, respetuosa con sus orígenes, abierta y progresista.
Si tuviese que hablar de las personas que hoy también reciben este premio, me quedaría con lo que han vivido las manos de Doña Clarita, infinitos siglos de calma, hatillos y hatillos de tardes entre el pique y el arte, una parte femenina y radiante del secreto de la misteriosa Chasna.
Me quedaría con los juegos de infancia de Felipe, donde se mezclan aromas de vendimia, el espíritu inquebrantable de su recordado padre y con ruidos de duelas, el achique de piernas erguidas con constancia y marcialidad sobre el mosto bullicioso.
La vida más simple, la que no tiene valor en cantidad ni en precio, es un tesoro en el corazón de los pueblos, la vida que se hace verde, y ocre, y aire, historia y cultura. La simiente diversa que nos enlaza con otros pueblos y otros espacios, es la que Don Nicasio ha guardado como lo hicieron sus antepasados, una semilla firme y ancestral, como los más nobles valores.
La frase de indiscutible verdad que define a un pueblo sin historia como a un pueblo sin futuro, tiene sus paladines de tinta y celulosa, que roban luz a sus ojos, tiempo a sus seres queridos y cercanos, para ahondar en los entresijos de la historia, para vestir a las gentes con las mismas hilaturas, con el mismo orgullo de quienes compartieron caminos y tiempos. Carmen Rosa es un ser de los que viven sus días haciendo esa labor tan encomiable, haciendo más cercana y conocida la banda sur de Tenerife.
Al final, el privilegio que me han dado de hablar en nombre de las personas galardonadas hoy, lo he utilizado para nombrarlas, porque ese es mi homenaje, a ellas y a las que me han dado el derecho a estar aquí. Las cientos de personas que desde hace bastantes años me acompañan en esta tarea de revivir las tradiciones, aquellas con las que yo pongo fecha y ellas todo lo demás: su cariño, su entusiasmo, su tiempo, en definitiva, su corazón.
Si aprovechase esta privilegiada tribuna para agradecer a todas esas personas y nombrarlas, ni terminaría nunca, ni podría pasar de la primera, porque no sería capaz de sentir tanto amor de golpe, como diría el maravilloso poeta Pablo Neruda.
Por todo esto, y porque esta intervención es sólo para dar las gracias a quienes nos han acompañado en nuestras cinco vidas, yo me voy a permitir el hacerlo en forma de homenaje a esta isla, a este paraíso pequeñito, agradecido y diverso. Al fin y al cabo, todas las personas que de alguna manera están cercanas a lo que este acto representa, ya se sienten libres, comprometidas y conscientes del placer de ser parte de este entrañable corazón atlántico.
Este texto que leo a continuación lo escribí cuando el Cabildo decidió que las tradiciones y la cultura popular de esta isla tuvieran marco y espacio propio en nuestra oferta turística, contando para ello con mi humilde aportación y la de toda la gente que ha luchado durante generaciones por conservarlas. Va por ellas.
“Volver a la isla será convencernos de que seguimos siendo protagonistas del ciclo de la vida, y así seremos laurisilva, cardón y era, seremos folías y arrullo de mar. Ese mar, que no deja de unirnos, ese mar que nos hace escanciarnos en la infinitud del horizonte, como si quisiéramos volar detrás del sol, en esos atardeceres irrepetibles de una isla mágica. La Isla es un reloj de atardeceres, donde cada día es un nuevo vértice, una luz diferente.
Volver a la isla es compartir una paz que se palpa en el aire, es abrir una cortina para dejar que los sentidos se inmiscuyan en el canto de los pájaros, en el azufre, en el eco de los barrancos. Es subirse al alisio y compartir un vuelo desde los picos hasta las espumas de la mar. Es enredarse en los visillos de la bruma que nos lleva al Terciario con sus cortinas de agua.
En Tenerife, volver a la isla es tejer recuerdos de barcos cubiertos de brea, prometiéndose afanes de conquista en la ultramar de los tesoros incas y aztecas. Es recorrer callejones con destellos de historia y ver los campos de cochinilla con las mujeres iniciando el ciclo del arte. Las mujeres canarias, eternas hacedoras de una historia oculta, hermosa, habilidosa. Las veo en los lavaderos y en los telares, en los senderos acarreando tiznes negros de palos que dejaron la vida material para hacerse nobles en hachones y fogales.
Volver a la isla es sentir el baladero del ganado y el sigilo de los acantilados, imbricados como las fuentes, los molinos, o la oquedad pertérrita de los barrancos.
Para volver a la isla retomaremos la sencillez de gentes que vivieron tributos de sangre, que sostuvieron imperios allende los océanos y continentes, gentes que llevaron su olor a madre donde fueron, y lo mezclaremos con el olor del brezo, el arrorró de las olas, la universalidad de un carácter hecho a la fuerza del volcán.
Los viviremos junto a los pobladores de una tierra hecha a los ratos de soledad, aquellos que, mirando al mar, besan el agua que une todas las orillas del planeta.”
Muchísimas gracias por su atención.
En Santa Cruz de Tenerife, el 12 de julio de 2010
Juan Antonio Jorge Peraza