Recordando el Baile de Piñata de Teno Alto

Cuando dejé mi casa en Taucho, camino de Teno Alto, ya sabía que algo bueno me esperaba. El Baile de Piñata de ese lugar siempre me había atraído, y por eso salía con una jiribilla en el cuerpo que me recordaba a otros tiempos, tiempos juveniles en los que la ilusión de la fiesta se centraba en los bailes y sus concurrentes. Por eso, mientras discurría sobre los malpaíses de Guía de Isora y de Santiago del Teide, ya tenía la chispa de alegría que te lleva ligerito cuando buscas algo con ilusión.
Ya en la Degollada de Cherfe comenzó el presagio. Siempre el avistamiento, en esta ocasión con la imaginación, de la mítica Masca, es un deleite para los sentidos.
Entrar a Teno por su sur es como volar sobre los barrancos, es el privilegio de avistar un bosque de palmeras que con los años se ha fundido cromáticamente con los tejados marrones y los pequeños huertos de verdes surcos. Trazar el barranco desde el aire en un zigzag misterioso nos puede abrir el ansia de abrazar el atlántico; y por él a las islas del atardecer tinerfeño, La Gomera, La Palma, El Hierro, los tiempos de fuga hacia otras tierras para vaciar el hambre, las Américas del Valbanera, la de las cartas de ilusión y añoranza de quienes emigraron.
Una espesa niebla mezclada con las luces de mi montura y el recuerdo de mis hijos me hizo volver de este ensueño de Masca. Pero ya había pasado el dintel. Del presente solo quedaba una carretera mojada, con una multitud de curvas y la certeza de que un despiste me habría hecho dibujar de golpe todo el vuelo que antes había soñado. Esa carretera de Masca para mí tiene nombre propio: Pérez, un ser maravilloso al que tuve el gran placer de conocer.  Era uno de esos alcaldes pedáneos que se desvivían por mejorar las condiciones de vida de  su  vecindad sólo a cambio de satisfacción, sólo por la vocación de hacer felices a los demás.
Teno ya se me ha metido en el cuerpo cuando me encuentro con los amigos que me han invitado a este “baile”, Ángel y Marta. También ellos parecen estar enajenados; en sus ojillos creo ver el brillo inocente de quien espera algo agradable en el tiempo más inmediato.
Las mujeres son quienes ocupan la mayor cantidad de sillas alrededor de la sala y prestan su mejor disposición a quienes cortésmente las invitan a bailar. Se mezclan las folías con otros sones de infantil evocación como las rancheras o los interminables popurrís en los que “subíamos al monte de belingo”, “bebíamos leche merengada” o “nos quedábamos sin farola por falta de gas”.
La Isa siempre va delante, calentando las gargantas y vistiéndonos con un traje que nos cubre a todos, como una bandera que a todos nos representa. La Isa es un carácter que unifica a Canarias y a la vez distingue a cada Isla; las acerca, las describe con la misma alegría y en cambio es auténtica y distinta en cada una. Pudiera ser la mejor definición de un archipiélago con alma de crisol donde el baile gira y brilla con aires aborígenes y americanos, portugueses, manchegos, andaluces…
Los danzarines tropezaban sin intención continuamente; los vasos al aire, las “cuerdas” sobre un improvisado escenario hecho con las mismas mesas que sirven para jugar al dómino o para hacer la costura, o para el juego de los niños durante las tardes frías y eternas de Teno. El caso es que se vean para que sea la música quien presida. Las parrandas parecen ser las mismas que hace treinta, cincuenta años. Esta vez vinieron desde el Valle de la Orotava, Tacoronte, desde la cercana Buenavista, desde el más inesperado rincón de la Isla.
La intención original que me llevó a este entrañable pago a través de una genial propuesta de Turismo de Tenerife por incorporar fiestas y tradiciones a la diversa oferta turística de la Isla, se volvió una inolvidable experiencia. Esta no era una actividad de rescate etnográfico a las que suelo estar acostumbrado. Esta era como un fósil viviente de nuestra cultura, una de las caras del espíritu de un pueblo que no entiende de fronteras; la única ha sido el mar, un mar que nunca ha dejado de unir.
Los niños bailan con sus abuelas, con sus madres, las hermanas con sus hermanas, los de Teno con los de Santa Cruz…nadie es extraño, y mientras la armonía y la alegría llenan el espacio, una energía telúrica hace que todo gire en torno a la multicolor y enigmática piñata que cada año elabora Don Pedro, “el tejero”.
 Como un acto de respeto y admiración, los foráneos dan prioridad a la gente de lugar para bailar el tajaraste. Son conscientes de que ellas y ellos son quienes lo han conservado, un encantador tajaraste en círculo que hace competir a los bailadores y a las “cuerdas”, ensamblados  en una carrera frenética que acaba con el abandono por cansancio de alguno de los bandos.
Con la nobleza de la “gente buena”, unas veces ganan unos u otros, pero eso no importa, lo que importa es ser parte de la fiesta, compartir con visitantes y vecinos una armonía que se ha irradiado a los más jóvenes y aún hoy, en una época de tantos cambios y desarraigos, luce en Teno Alto como una bendición, un tesoro que tiene forma de piñata.
Ese es el espíritu de nuestro carnaval, sin alardes ni ostentosidades. Es el espíritu de nuestro pueblo: sencillo, abierto y festivo, joven y respetuoso.
La niebla me acompañó todo el camino de vuelta. Era la vuelta a otra isla y a otro tiempo, a las formas que rigen el ritmo cotidiano. Pero esta visita a nuestro pasado vivo ha alimentado sobremanera mi espíritu, me ha insuflado nuevos aires para un maduro sentimiento, el de trabajar por el mantenimiento y la difusión de las tradiciones en Tenerife, el de irradiar y compartir las maravillosas forma de Vivir una Isla.   


Juan Antonio Jorge Peraza, Tenerife, a 20 de febrero de 2010