Emulando al
poeta canario Pedro Lezcano, cuando dibuja el corazón de quienes emigran como
un barco de dos proas, para ir siempre hacia adelante, uno piensa en la
intención de marchar y en la de volver. Dos proas para dejar la patria y volver
a ella constantemente, como si no te hubieses ido, para absorber los olores de
la infancia, las correrías, los juegos, las fragancias de la juventud.
Dibujando rincones que no sabes si volverás a pisar, recordando abrazos que se
abrieron para quedar limpios ante el tiempo, latentes, a la espera del
reencuentro. Así se vive la acción de migrar, de alejarse de la madre tierra
que nos modelase el alma, la virtud de querer, la de sentir, la actitud de
sufrir por la nostalgia. Dudosa suerte la de quienes no tienen necesidad de
sufrir, quienes no dejan sentimientos anclados, a quienes nadie les regala la
insufrible espera.
Siempre hay un
puerto de arribo; sea la nota en la canción, la semilla en el fruto, la luz en
los ojos, siempre hay un paso final, un último paso. Y así son las vueltas de
quien eligió, de quien decidió poner el corazón en bandolera y marchar a
conquistar sus sueños, a llenar sus esperanzas, o simplemente a cubrir la
necesidad de vivir.
En la tesitura
de ser una puerta de civilizaciones; unas conquistadas, otras denostadas, otras
enaltecidas… son las formas de vivir que hacen de la humanidad un crisol, se
cruzan en las Islas Afortunadas un amasijo de idas y vueltas, de encuentros y ausencias.
Y así, este cosmopolita archipiélago de siete faros, ha sido guía para los que
llegan, suspiro para los que partiesen.
Como el barco
de Lezcano, el mismo para ir y volver, un corazón inmaterial se vuelca con lo
humano: dispuesto para el agasajo de quienes llegan, pletórico de amor para
acompañar a los que se van. La Villa de Adeje ha sido históricamente uno de
esos corazones de doble arribo. Ha visto marchar a muchos de sus hijos e hijas
hacia otras tierras, buscando el sustento, guiados por la ilusión de mejorar
sus condiciones de vida. Muchas personas viajaron a Venezuela, Cuba, Europa. Muchos
adejeros y adejeras deslizaron su espíritu entre la ilusión y la tristeza,
mientras sus ojos se anclaban, “marinero en tierra”, al Roque del Conde, como a
un faro de lo vital en el encuentro de lo triste y lo alegre, de los volcanes y
de la mar.
Además de
recibir con el amor del hogar eternamente prendido a quienes una vez se fueron
y consiguieron regresar, también Adeje se ha abierto a gente de otros espacios.
El innato carácter cosmopolita de la villa sureña, ha hecho que aquí hayan
encontrado su casa miles de personas avenidas con la misma ilusión con la que
se fueron nuestros paisanos. La interculturalidad ha encontrado un bastión
incondicional en este municipio, donde se valora a las personas por lo que son,
nunca por lo que tienen. De ahí la riqueza del encuentro que se advierte en las
generaciones que más han vivido este intercambio, creando gente abierta,
progresista, tolerante con culturas diferentes y formas de ser que ocupan el espacio
que la vida les ha dado, devolviendo su agradecimiento con la misma armonía.
La “Madre de
los pobres” es como definían los mayores de Taucho a sus tierras. Quizá fuese
una mera descripción a la que no hay que hacerle reparos, porque forman parte
del recuerdo de los antiguos, quizá haya que desgranarla para seguir
aprendiendo de su sabiduría. La pobreza siempre depende de las necesidades de
cada uno; es una verdad incuestionable que la riqueza o pobreza depende de lo
que cada uno necesite para vivir. Pero para vivir plenamente, además de las
condiciones materiales básicas, lo necesario es la tranquilidad espiritual. Esa
es la que realmente ofrece Taucho, una quietud que amanece en los albores del
mundo aborigen y que define una forma de
ser colectiva, como una energía inexplicable que tilila sobre los lomos
taucheros llenando de luz a sus gentes, al aire, a los caminos o a los
barrancos.
Para quien
suscribe este texto introductorio a una obra cargada de nostalgia y de respeto
hacia quienes emigraron desde la Villa de Adeje para buscar mejores condiciones
de vida en otros lugares, llegar a este Municipio ha supuesto una bendición.
La amistad nos
ayuda a elegir a la familia con la que queremos crecer, vivir, disfrutar. Es
una actitud voluntaria, sincera, desinteresada. Como diría padre Diego, Diego
Siverio, nuestro entrañable vecino y amigo de Taucho, “la amistad es una
electricidad”. Esa es la oportunidad que nos da Taucho y como si fueran presa
de un embrujo indescriptible, todo Adeje. Es la posibilidad de sentirse de una
tierra sin haber nacido en ella, sólo por una actitud de respeto y cariño hacia
el entorno, hacia quienes te rodean y te han ofrecido su amistad, su tiempo,
quienes comparten contigo sus recursos. Comparten su identidad y sin quererlo,
son gente simple y hermosa, dialogante y cauta. Esa es la actitud que Adeje
pidiera siempre para sus emigrantes, como una madre protectora que clama a Dios
por la protección de sus hijos e hijas.
La mejor
manera de agradecer el agasajo que el pueblo adejero ofrece a quienes lo han
buscado para hacerlo su hogar es la de sentirse bien, la de no sentirse
extraño, la de trabajar por ésta como si fuese su tierra natal. A quienes han modelado durante siglos esta
forma de ser, a quienes han hecho de este pueblo un corazón abierto y de la
tolerancia y la hospitalidad idiomas universales, dar las gracias siempre será
insuficiente. Quizá la mejor manera será la de emular al poeta, ejerciendo como
un corazón que recibe con humildad y se brinda con holgura.
En
Taucho, Villa de Adeje, a 14 de mayo de 2014