Hola Juveniles, amigos, amigas, gente cercana a la que cuento, como fieles confidentes, lo que pienso, lo que hago, que hago sólo por el espacio donde me ha tocado bregar, esta isla maravillosa, Tenerife, múltiple y mágica, diferente y al fin y al cabo también por este globo multicolor, cada vez más pequeño, que nos acoge.
Me anticipo al saludo navideño porque llegado a él sólo acontece desear buenos tiempos, prosperidad e ilusiones que a veces sólo son actitudes convencionales que sirven para rellenar cualquier compromiso, compromiso que no asumo porque quizá lo convencional se me antoja lejano al corazón.
Me anticipo porque sé que hay muchas personas que ven esta Navidad con tristeza, sin ilusión, sentimos que nos han robado algo y no es justo. Sólo nos han robado una forma de vivir que no era verdaderamente nuestra, que sirvió para enriquecer a unos pocos, una situación que deriva de la naturaleza humana, la de una élite que domina y la del resto que padece. No es justo y el día a día se hace difícil, la incertidumbre tensa los nervios y te olvidas del encanto de besar a tus hijos, lo más importante, lo más maravilloso que nos habrá dado la vida. Este tiempo nos quita la sonrisa que siempre será ese encuentro simple y universal entre todos los seres humanos. Por eso me anticipo a los saludos navideños convencionales, porque pienso que quizá ahora podamos recuperar lo que perdimos, la esencia de las cosas, el espíritu inigualable de la familia o de la amistad, la vecindad, la solidaridad sincera.
Quizá es hora de mirar qué le falta a quien más cerca tengamos y seguro que tendremos algo que compartir. Ya no importan los grandes regalos, las sorpresas que cada año aumentan porque si no fuera así dejarían de tener consistencia. Sólo importa vivir, llegar hasta la próxima llamada de la subsistencia. Esa es la situación de muchísimas personas cercanas, vecinas, con las que hemos compartido el saludo y la soledad, creo que ha llegado el momento de compartir el compromiso. Creo que hay que tirar de los vínculos que nos unen para intentar hacer más agradable la vida de quienes nos rodean.
En este nuevo rumbo sí hay verdaderos motivos para acercarse, nada convencionales, sólo básicos, sólo simples motivos que hablan de desconsuelo, de incertidumbre, de lo que tuve y no tengo, de lo que puedo dar. No sabemos a dónde nos llevará este modelo de sociedad donde ha primado la economía en las relaciones, donde ha prevalecido la ostentación para decir lo que soy. Quizá haya que volver a definir a las personas por cómo piensan, cómo sienten, cómo actúan.
Esta Navidad es diferente, no porque las mesas vayan a estar más vacías, sino porque las cualidades más hermosas de las gentes han de llenar todos los huecos, porque la generosidad ha de ser el mejor deseo para el nuevo año, porque el cariño ha de ser el mejor regalo, como lo ha sido siempre, aunque hayamos enseñado a nuestros niños y niñas a medir el tamaño de nuestro corazón según haya sido el de la cartera. No perdamos la ilusión del villancico, con Dios o sin él, sólo con el agasajo que propicia el encuentro con la vecindad, con la excusa de regalar alegría a quien cree no necesitarla y a quienes, a falta de otra cosa, seguro que la felicidad la encuentra en lo más sencillo, porque los espíritus grandes se hacen de actitudes, no de oropeles ni de lujos que la eternidad no reconoce.
Un abrazo, como siempre, y un por favor con el compromiso, con la vida que nos han regalado y con los seres donde nos podemos mirar, a los que siempre seremos básicamente iguales.
Me anticipo al saludo navideño porque llegado a él sólo acontece desear buenos tiempos, prosperidad e ilusiones que a veces sólo son actitudes convencionales que sirven para rellenar cualquier compromiso, compromiso que no asumo porque quizá lo convencional se me antoja lejano al corazón.
Me anticipo porque sé que hay muchas personas que ven esta Navidad con tristeza, sin ilusión, sentimos que nos han robado algo y no es justo. Sólo nos han robado una forma de vivir que no era verdaderamente nuestra, que sirvió para enriquecer a unos pocos, una situación que deriva de la naturaleza humana, la de una élite que domina y la del resto que padece. No es justo y el día a día se hace difícil, la incertidumbre tensa los nervios y te olvidas del encanto de besar a tus hijos, lo más importante, lo más maravilloso que nos habrá dado la vida. Este tiempo nos quita la sonrisa que siempre será ese encuentro simple y universal entre todos los seres humanos. Por eso me anticipo a los saludos navideños convencionales, porque pienso que quizá ahora podamos recuperar lo que perdimos, la esencia de las cosas, el espíritu inigualable de la familia o de la amistad, la vecindad, la solidaridad sincera.
Quizá es hora de mirar qué le falta a quien más cerca tengamos y seguro que tendremos algo que compartir. Ya no importan los grandes regalos, las sorpresas que cada año aumentan porque si no fuera así dejarían de tener consistencia. Sólo importa vivir, llegar hasta la próxima llamada de la subsistencia. Esa es la situación de muchísimas personas cercanas, vecinas, con las que hemos compartido el saludo y la soledad, creo que ha llegado el momento de compartir el compromiso. Creo que hay que tirar de los vínculos que nos unen para intentar hacer más agradable la vida de quienes nos rodean.
En este nuevo rumbo sí hay verdaderos motivos para acercarse, nada convencionales, sólo básicos, sólo simples motivos que hablan de desconsuelo, de incertidumbre, de lo que tuve y no tengo, de lo que puedo dar. No sabemos a dónde nos llevará este modelo de sociedad donde ha primado la economía en las relaciones, donde ha prevalecido la ostentación para decir lo que soy. Quizá haya que volver a definir a las personas por cómo piensan, cómo sienten, cómo actúan.
Esta Navidad es diferente, no porque las mesas vayan a estar más vacías, sino porque las cualidades más hermosas de las gentes han de llenar todos los huecos, porque la generosidad ha de ser el mejor deseo para el nuevo año, porque el cariño ha de ser el mejor regalo, como lo ha sido siempre, aunque hayamos enseñado a nuestros niños y niñas a medir el tamaño de nuestro corazón según haya sido el de la cartera. No perdamos la ilusión del villancico, con Dios o sin él, sólo con el agasajo que propicia el encuentro con la vecindad, con la excusa de regalar alegría a quien cree no necesitarla y a quienes, a falta de otra cosa, seguro que la felicidad la encuentra en lo más sencillo, porque los espíritus grandes se hacen de actitudes, no de oropeles ni de lujos que la eternidad no reconoce.
Un abrazo, como siempre, y un por favor con el compromiso, con la vida que nos han regalado y con los seres donde nos podemos mirar, a los que siempre seremos básicamente iguales.
En Guía de Isora, diciembre de 2011
Juan Antonio Jorge Peraza