Ahondar en las mieles de Canarias es como viajar a un universo de sensaciones. Así, se confunden el sabor de lo añejo con la brisa de los barrancos, o el roce de la lluvia acariciando pétalos multicolores.
El color coñac nos embruja con una fuga hacia las bodegas de ancestrales olores y tapices de telarañas viejas y nuevas,…, silenciosas.
Evocan las mieles el murmullo de tiempos infantiles, los del preciado tesoro dormido en alacenas idolatradas, sencillos cofres de generosidad y dulzura.
Las mieles de Canarias son sólo los brillos de un grandioso tapiz donde cada punto, cada grano de color es un homenaje a la vida. Millones, incontables viajes de amor llegar y vuelven, giran, revolotean en un tiempo incesante.
Las abejas dibujan el gesto más generoso del universo, el que hace renacer la flor más diminuta, el que nace del néctar de vegetales madres y crece en manos sabias humanas, laboriosas.
El color coñac nos embruja con una fuga hacia las bodegas de ancestrales olores y tapices de telarañas viejas y nuevas,…, silenciosas.
Evocan las mieles el murmullo de tiempos infantiles, los del preciado tesoro dormido en alacenas idolatradas, sencillos cofres de generosidad y dulzura.
Las mieles de Canarias son sólo los brillos de un grandioso tapiz donde cada punto, cada grano de color es un homenaje a la vida. Millones, incontables viajes de amor llegar y vuelven, giran, revolotean en un tiempo incesante.
Las abejas dibujan el gesto más generoso del universo, el que hace renacer la flor más diminuta, el que nace del néctar de vegetales madres y crece en manos sabias humanas, laboriosas.
Juan Antonio Jorge Peraza