Desde
el relato de un tiempo antiguo, cuando había que migrar para buscar el
sustento, advierto que La Cumbre siempre fue un ideal.
Pasar
La Cumbre significaba sortear a la suerte, los augurios, a los malos tiempos;
es esquivar los prejuicios y a los miedos. Era cruzar los montes, los
malpaíses, era la soledad y la noche,…era tanta adversidad. ¡Pero había que
pasar!
Pasar
La Cumbre es esquivar lo que nos limita, es doblegar al cerrojo que cautiva a
los sueños. No es una cima, no tiene formas; a veces inestable, a veces sumisa
y quieta; pero es la meta donde sentir y pensar libremente.
Pasar
La Cumbre es algo más que una estampa costumbrista, y es cuando a lo cotidiano
quiebras para ser espontáneamente feliz.
Esa
es La Cumbre que quiero pasar: sin tesoros ni alforjas ni tenencias. Sólo con
la consciencia de que La Cumbre es la plenitud de un espíritu libre. Para poner
distancia a lo mediocre o a la soberbia, a lo infame, para correr descalzo en
las oníricos prados de la armonía.
El
recuerdo de quienes con esfuerzo pasaban La Cumbre, me lleva a pensar que ésta sólo
está en el pensamiento, y hallarla inhóspita o plena solo depende de mis deseos
de libertad.
En Tenerife, 12 de junio de 2015